Época: Primeras taifas
Inicio: Año 1031
Fin: Año 1086

Antecedente:
Literatura en las cortes de taifas



Comentario

El derrocamiento y muerte del segundo hijo de Almanzor, Abd al-Rahman Sanchuelo, inicia en al-Andalus, en la primera década del siglo XI, una crisis civil de enorme trascendencia. Las facciones en pugna -andalusíes (árabes, muladíes y beréberes arabizados), eslavos y beréberes no arabizados- aprovecharán la debilidad cada vez mayor del poder central para configurar un nuevo al-Andalus lleno de Estados autónomos o taifas en los que ellos se establecen como soberanos independientes. Estos nuevos Estados rivalizarán entre sí no sólo por cuestiones dinásticas o territoriales, sino que, ampliándolo al terreno de las letras, también competirán para acaparar los mejores letrados y poetas, y sus soberanos tendrán a gala favorecer los estudios literarios. Es el momento en que ser poeta abre las puertas de palacio y una buena poesía puede ser premiada con un cargo. Los poetas serán visires y los reyes serán poetas. Todas las taifas, salvo algún caso realmente excepcional, dispondrán de su corte literaria, pero entre todas, y desde el primer momento, Sevilla se erige como nueva capital literaria de al-Andalus y congrega a los mejores poetas.Desde que la taifa sevillana comienza su andadura independiente con Muhammad b. Abbad (1023-1042), ya encontramos en torno a él un círculo literario en el que cabe destacar a su joven secretario y visir Abu l-Walid al-Himyari (1026-1048), autor de una bella antología poética sobre la primavera y las flores, en la que recoge principalmente composiciones de sus contemporáneos y amigos sevillanos. A la obra incorpora algunas epístolas, una de él mismo, en las que prosa y verso se entremezclan para entablar animadas querellas de flores. Con su hijo y sucesor al-Mutadid (1042-1069), muy aficionado a la poesía y él mismo poeta, el círculo se amplía. Ministros suyos fueron entre otros Ibn Hisn al-Isbili y el ya mencionado Ibn Zaydun, y en su corte encuentra acogida un joven y oscuro personaje de Silves llamado Ibn Ammar, que, recién llegado a Sevilla, dirige al monarca una cuidada casida panegírica ensalzando su valor y su bravura en las últimas campañas militares. Con este poema Ibn Ammmar se ganó un puesto en la corte y la posibilidad de entablar amistad con el príncipe Muhammad, más tarde rey de Sevilla con el nombre de al-Mutamid. Es con este rey, al-Mutamid, que gobierna de 1069 a 1091, con quien Sevilla realmente se convierte en el centro intelectual de al-Andalus. Con una sólida y esmerada formación literaria, fomentada especialmente por su padre, junto a unas dotes poéticas más que notables, su mecenazgo trascendió las fronteras de al-Andalus y en su corte se dieron cita los mejores poetas del Occidente árabe, incluidos el norte de África y Sicilia. Vida y poesía constituyen en al-Mutamid un todo inseparable: la pasión común por la poesía le unió a su amigo Ibn Ammar; un verso completado junto al río le casa con Itimad; poetas fueron varios de sus hijos; poetas le despidieron de amanecida en el Guadalquivir cuando, destronado por los almorávides, embarcó para el exilio, y en la poesía se refugia, desterrado en tierras africanas, para llorar sus desdichas y lamentarse por sus cadenas. Poesía, al fin, será su propio epitafio como único cierre posible de su vida. En 1095 muere en su exilio marroquí de Agmat; allí continúa su tumba.Su relación desde muy joven con Ibn Ammar, al que llegó a hacer primer ministro, sufrió una serie de altibajos a los que no fue ajena la desmedida ambición política de aquél y su deslealtad. La última traición no consiguió el perdón real y al-Mutamid lo mató en la cárcel con su propia mano. Era el año 1086. Compuso nuestro rey-poeta gran cantidad de poemas, la mayor parte de factura neoclásica, aunque también cultivó el impromptu y las moaxajas. De estas últimas se conserva una con jarcha romance. Sus mejores versos, los más sinceros y desgarrados, corresponden a la etapa del exilio. Especialmente célebres se han hecho los dedicados a sus cadenas en la traducción de Juan Valera.Tanto al-Mutamid como Ibn Ammar son figuras novelescas, salpicadas de romanticismo y envueltas en la leyenda. A partir de la publicación en España de la traducción de la obra de R. Dozy Historia de los musulmanes de España (4 vols., Madrid, 1877; reimpr. Turner, 1982), en la que una buena parte de su tomo IV está dedicada a estos personajes, se ha creado en torno a ellos toda una literatura posterior que podemos concretar en la versión novelada de C. Sánchez Albornoz, Ben Ammar de Sevilla (Madrid, 1972), y la versión dramática de Blas Infante, Motamid, último rey de Sevilla (1920; 2.á ed., Sevilla, .1983).Poeta de la misma taifa es el murciano Ibn Wahbun (1039-1092), hombre de origen humilde, pero que había adquirido una gran cultura y destacó en la corte por su facilidad para las improvisaciones y su brillantez, llegando a ser uno de los panegiristas oficiales de al-Mutamid. El siciliano Ibn Hamdis (1055-1133) llegó a Sevilla hacia 1078. Su incorporación a la corte le permitió seguir muy de cerca los acontecimientos políticos y militares del momento. Merecen citarse dos composiciones suyas en las que celebra las hazañas de al-Mutamid en la batalla de Zalaca. Tomada Sevilla por los almorávides y desterrado el monarca sevillano, Ibn Hamdis abandona al-Andalus y, como poeta itinerante, recorre las cortes del norte de África hasta terminar sus días en Mallorca. Ibn al-Labbana, de Denia (m. 1113), hijo, según su nombre indica, de una lechera, recorrió diversas taifas -Almería, Toledo, Badajoz- antes de llegar a Sevilla, donde obtuvo el apoyo de al-Mutamid y sus hijos. Muy leal en sus afectos, fue una de las más emotivas voces poéticas que se sumó a la triste despedida de al-Mutamid, al que luego visitaría en su exilio de Agmat. Autor de moaxajas, se conserva una de ellas con jarcha romance.